Emilio González Izquierdo
La agricultura de conservación no es una innovación reciente, es un sistema agrario basado en principios sólidos. Ha sido desarrollada a lo largo de décadas y validada por la ciencia, que busca producir alimentos sin degradar el recurso más valioso del campo: el suelo.
Su fundamento descansa sobre tres pilares esenciales, reconocidos por la FAO y adoptados en un sinfín de países que apuestan por la sostenibilidad agraria:
- Mínima perturbación del suelo: Se sustituye o reduce drásticamente el laboreo convencional mediante técnicas como la siembra directa o la labranza mínima, evitando la destrucción de la estructura edáfica y la pérdida de humedad.
- Cobertura permanente del suelo: El suelo nunca queda desnudo. Se mantiene protegido mediante residuos de cosecha o cultivos de cobertura, lo que previene la erosión, regula la temperatura y favorece la actividad biológica.
- Rotación de cultivos: Se rompe la monocultura mediante rotaciones o asociaciones de especies, lo que mejora el equilibrio nutricional, reduce plagas y fortalece la resiliencia del sistema.
Este enfoque no rechaza la agricultura intensiva, sino que la redefine de un modo más eficiente, sostenible e inteligente. Se trata de producir mejor, con menos insumos, menos impacto ambiental y una mayor longevidad de los recursos naturales.
España, líder europeo en agricultura de conservación
España ha emergido como uno de los países europeos con mayor adopción de prácticas de agricultura de conservación, especialmente en cultivos extensivos como cereales, girasol, viñedo u olivo.
Según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA) y estudios del CSIC, más del 20 % de las superficies de cultivos anuales en España ya se gestionan bajo labranza mínima o siembra directa. En regiones como Castilla y León, Castilla-La Mancha o Extremadura, esta cifra supera el 35 %, y en algunas comarcas alcanza niveles cercanos al 50 %, gracias a la presencia de explotaciones de gran tamaño y alto grado de mecanización.
En olivares intensivos de Jaén y viñedos de La Mancha, el uso de cubiertas vegetales entre líneas ha crecido de forma sostenida en la última década, impulsado por la evidencia de que reducen la erosión y mejoran la infiltración del agua.
Este progreso ha sido fruto del trabajo que se viene realizando desde principios del siglo XXI, con programas de desarrollo rural para los que han destinado más de 200 millones de euros con el fin de incentivar prácticas de conservación del suelo. Además, la Asociación Española de Agricultura de Conservación Suelos Vivos (AEACSV), fundada en 2001, ha desempeñado un papel clave en la difusión técnica, la formación de agricultores y la creación de redes de experimentación en campo.
Sin embargo, la adopción es aún desigual en zonas con explotaciones pequeñas o fragmentadas, como Galicia, Cataluña o el País Vasco. Por otro lado, la mecanización necesaria para la siembra directa sigue siendo un obstáculo, y en muchas zonas, persiste la resistencia cultural a abandonar el “suelo limpio” como símbolo de buen hacer agrario.
Ventajas: Ambientales, Económicas y Productivas
La agricultura de conservación, fiel a los criterios de sostenibilidad, también ofrece beneficios tangibles y medibles para el agricultor, el medio ambiente y la sociedad.
1. Beneficios ambientales
- Reducción de la erosión: Hasta un 70 % menos de pérdida de suelo en comparación con el laboreo convencional, crucial en un país donde se pierden 200 millones de toneladas de tierra al año.
- Mejora de la retención de agua: Entre un 20 % y un 30 % más de infiltración, lo que aumenta la resistencia a la sequía.
- Aumento de la materia orgánica: El suelo recupera fertilidad natural, mejorando su estructura y capacidad de intercambio catiónico.
- Fomento de la biodiversidad: Desde microorganismos hasta lombrices, la vida del suelo se recupera tras décadas de laboreo y tratamientos fitosanitarios que la habían ido mermando.
2. Beneficios económicos
- Reducción de costes operativos: Entre un 15 % y un 25 % menos de combustible, mano de obra y desgaste de maquinaria, al eliminar pasadas innecesarias.
- Menor dependencia de insumos externos: La rotación con leguminosas reduce la necesidad de fertilizantes nitrogenados; el control de malezas mejora con el tiempo.
- Mayor resiliencia frente al clima: Los cultivos bajo conservación soportan mejor las olas de calor y las sequías, lo que se traduce en rendimientos más estables.
3. Alineación con la política agrícola europea
- La Estrategia “De la Granja a la Mesa” y la PAC 2023-2027 exigen una agricultura más sostenible, con menos pesticidas, menos emisiones y más protección del suelo. La agricultura de conservación no solo cumple con estos objetivos: los anticipa.
- Las nuevas ayudas directas condicionan parte de la financiación a prácticas como la rotación, la cobertura vegetal o la reducción del laboreo. Cuidar el suelo ya no es opcional: es un requisito para recibir subvenciones.
Hacia una Agricultura que Paga por Proteger
El futuro de la agricultura de conservación en España pasa por consolidar su implantación y reconocer su valor más allá de la producción.
Uno de los horizontes más prometedores es el de los créditos de carbono. Cada hectárea bajo conservación puede secuestrar entre 0,3 y 0,6 toneladas de CO₂ al año. Si se escala a millones de hectáreas, el impacto es gigantesco. Se estima que, con una adopción del 50 %, España podría capturar más de 10 millones de toneladas de CO₂ anuales, lo que equivalente a retirar de la circulación a más de dos millones de vehículos.
Proyectos piloto en Andalucía y Castilla-La Mancha ya están certificando esta captura de carbono en olivares y cereales, abriendo la puerta a que los agricultores puedan percibir ingresos por la venta de créditos de carbono. Multitud de empresas con compromisos de descarbonización están dispuestas a pagar por estos créditos, creando un nuevo modelo de rentabilidad sostenible gracias a los mercados de carbono.
La suma de la agricultura de conservación con la agricultura de precisión, la digitalización del campo y la tecnología aplicada permitirá optimizar aún más estos sistemas, haciendo posible su extensión a explotaciones de menor tamaño.
Una Transición Necesaria, Ya en Marcha
La agricultura de conservación es una respuesta coherente y necesaria a una realidad agraria en crisis: suelos degradados, escasez de agua, presión climática y exigencias europeas crecientes.
España ha demostrado que es posible avanzar en este modelo, incluso en condiciones adversas. Ha generado conocimiento, ha movilizado recursos y ha construido redes de agricultores profundamente comprometidos con un auténtico cambio de modelo.
Ahora, el reto es global: extenderlo, profundizarlo y reconocerlo. Porque cultivar sin destruir no es solo una opción, es una forma de garantizar que el campo siga produciendo dentro de cincuenta años. Y en ese futuro solamente estará el agricultor que haya aprendido a trabajar respetando y preservando el potencial natural del suelo.







