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Tecnología de precisión y agricultura regenerativa: una agricultura climáticamente neutra

Entrevista a D. Jesús Gil Ribes, presidente de la Asociación Española de Agricultura de Conservación Suelos Vivos

Emilio González Izquierdo.

En el punto exacto en el que la innovación agrícola se entrelaza con la tradición, nos encontramos con D. Jesús Gil Ribes, Dr. Ing. Agrónomo y uno de los máximos referentes a nivel internacional en agricultura de conservación.

Con él conversamos en la Jornada Agricultura de Conservación de Barruelo del Valle (Valladolid), acerca de las últimas tecnologías que están transformando el sector y que están redefiniendo lo que significa ser un agricultor eficiente, rentable y respetuoso con el medio ambiente.

Catedrático de Ingeniería Agroforestal, a lo largo de su trayectoria, ha dirigido destacados proyectos como los LIFE+ AGRICARBON, CLIMAGRI y AGROMITIGA, los Grupos Operativos Dosaolivar, Coverolive e Innovatrigo, y los proyectos de innovación Mecaolivar (Premio Nacional de Innovación 2015) e Innolivar. Investigador principal en 36 proyectos competitivos y 78 contratos de investigación, es autor o coautor de 16 patentes (la mayoría con empresas), 4 modelos de utilidad y más de 50 publicaciones científicas, además de numerosos trabajos técnicos y divulgativos en mecanización, tecnología rural y agricultura de conservación y precisión. Galardonado con el Premio Galileo 2015 a la Transferencia del Conocimiento, combina excelencia académica, innovación y compromiso con la sostenibilidad agraria.

Una barra que “ve” las malas hierbas

Nada más comenzar la entrevista, Gil señala con orgullo una barra de tratamiento fitosanitario instalada tras él. “Aquí detrás de mí tengo una barra de tratamiento fitosanitario. Esta barra realmente es una barra diseñada para el olivar, no es para extensivo, pero bueno, el fundamento es el mismo”, explica.

Lo que diferencia a este equipo no es solo su diseño, sino su inteligencia. “Su principal particularidad es que lleva una serie de sensores capaces de detectar la presencia de plantas, específicamente de hierbas, y abrir o cerrar cada una de las boquillas en función de si hay o no vegetación no deseada”.

El impacto es contundente: hasta un 80 % menos de herbicida aplicado. Cada sensor controla cuatro boquillas, espaciadas a solo 25 centímetros, la mitad de lo habitual, lo que permite una aplicación ultra precisa. “Se puede regular la sensibilidad de detección y también la longitud del tratamiento. Si las boquillas están a 25 cm, puedes alargar o acortar el chorro según la ubicación exacta de la planta”, detalla.

Inyección directa: seguridad y sostenibilidad en un solo sistema

Pero la barra no solo “ve”, también “protege”. Gil nos muestra dos depósitos: uno grande con agua y otro más pequeño, de color negro, que contiene la materia activa del herbicida. “Este equipo lleva un sistema de inyección directa en el momento de la aplicación. El depósito principal solo lleva agua. La materia activa se inyecta justo antes de salir por las boquillas”.

Esta característica, aún poco extendida, será obligatoria en breve para todos los equipos de tratamiento, según las nuevas normativas europeas. “Es muy importante porque si hay una fuga durante el traslado por caminos, lo que se pierde es agua, no producto fitosanitario. Además, elimina la necesidad de lavar el depósito después de cada uso, reduciendo riesgos ambientales y operativos”.

Del campo al clima: hacia una agricultura neutra

Más allá de la maquinaria, Gil defiende un enfoque sistémico. Aunque se muestra cauto al hablar del Proyecto LifeAgromitiga “Se trata de un proyecto de bajos insumos, que busca optimizar el uso de recursos, reducir el consumo energético y contribuir a la transición hacia un sistema agrario hipocarbónico”.

La clave está en la siembra directa y en el mantenimiento de cubiertas vegetales. “Con la siembra directa reducimos más de la mitad el consumo de gasoil y los tiempos de trabajo. Además, dejamos sobre el suelo los restos del cultivo anterior, lo que aumenta la materia orgánica y secuestra carbono”. Y es que, para Gil, la calidad del suelo no depende solo de su textura o composición mineral, sino de su contenido en materia orgánica. “Nuestros suelos son muy pobres en materia orgánica. La agricultura de conservación los enriquece, mejora su estructura y, lo más importante, compensa las emisiones generadas por el manejo agrícola”.

INNOCEREAL, por su parte, es un proyecto europeo, liderado por la Universidad de Córdoba, y en el que participan el IFAPA, la Asociación Española de Técnicos Cerealistas (AETC), Greenfield y Agrifood, pretende facilitar la transición hacia la producción de cereales bajos en emisiones en Europa mediante la innovación tecnológica, la mejora de la rentabilidad ambiental y económica y la revalorización de la industria atravesando toda la cadena de producción.

“Se están implementando en varias explotaciones en Andalucía, Castilla León, Castilla la Mancha y Aragón, prácticas como la siembra directa, el uso optimizado de productos agroquímicos, uso de variedades mejoradas, así como la inclusión de nuevas tecnologías para la mejora de la sostenibilidad ambiental, económica y social de la producción de trigo blando, trigo duro y cebada maltera en todos los eslabones de la cadena de valor, desde el agricultor hasta la distribución, promoviendo etiquetados de calidad ambiental que proporcionen mayor valor añadido al producto final” afirma Gil Ribes.

Agricultores innovadores, no solo ecológicos

“Los que practican siembra directa no lo hacen por moda”, subraya Gil. “Son agricultores muy innovadores, exigentes técnicamente, que entienden que esta agricultura requiere hacer las cosas mejor y en el momento adecuado. Es más eficiente que la convencional, pero también más exigente”.

En España se encuentran modelos de agricultura de conservación muy diferentes dependiendo de su ubicación geográfica, Andalucía es líder en cubiertas vegetales en olivar, “casi el 45 % del olivar andaluz las tiene, incluso antes de los ecoregímenes”, pero se resiste a la siembra directa en cultivos extensivos. “Allí las tierras son más fértiles, hay más producción, y la siembra directa no es tan urgente desde el punto de vista económico. En cambio, en zonas como Albacete, muchos agricultores nos dicen que, si no hicieran siembra directa, no podrían cultivar”.

En contraste, Aragón y Cataluña encabezan la adopción de siembra directa, seguidas de cerca por Castilla y León. “Estas técnicas no son solo buenas para el medio ambiente; son económicamente rentables”, insiste Gil Ribes. “Países como Argentina tienen más de 20 millones de hectáreas en siembra directa, más que toda la superficie agrícola de España, y lo hacen por rentabilidad, no por ecologismo”.

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