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InicioDESTACADAEl suelo agrícola se reivindica como recurso estratégico

El suelo agrícola se reivindica como recurso estratégico

Productores e industria prestan cada día más atención a este elemento fundamental, en el que residen algunas de las claves de un futuro sostenible

María Álvarez/ Ricardo Ortega

El suelo, a menudo considerado un simple medio inerte, es en realidad el capital natural más valioso y dinámico de la agricultura. Su estructura, composición y salud no son variables secundarias, sino factores determinantes de la capacidad de una finca para ser productiva, rentable y sostenible a largo plazo.

No se trata solo del medio físico que ancla las plantas, sino de un ecosistema complejo que proporciona el 90% de la producción global de alimentos, piensos y biomasa en la Unión Europea. La gestión del suelo, por lo tanto, no es una práctica trivial, sino un eje central que impacta directamente en la productividad, la supervivencia de los cultivos y la viabilidad económica de la actividad agraria.

El suelo proporciona el soporte físico para el desarrollo de las raíces, además de actuar como reservorio de macronutrientes esenciales como el nitrógeno, el fósforo y el potasio, así como de micronutrientes que son convertidos y puestos a disposición de las plantas.

Nuestro suelo funciona como una esponja natural, al almacenar agua para los periodos de sequía y regulando la infiltración, lo que prevendrá la escorrentía y optimizará la eficiencia del riego.

Por último, su capacidad para secuestrar y almacenar carbono orgánico es vital no solo para mitigar el cambio climático, sino también para mejorar su propia fertilidad y estructura.

La comprensión técnica de estos procesos es esencial para cualquier agricultor que aspire a optimizar el rendimiento y reducir la dependencia de insumos externos.

La fragilidad del potencial productivo

La capacidad productiva de los suelos es vulnerable ante diversos factores, tanto humanos como ambientales. La intensificación agrícola puede conducir a la salinización, la erosión, la pérdida de nutrientes y el declive de la biodiversidad. A estos desafíos se suman los efectos del cambio climático, que incrementan el riesgo de desertización en algunas zonas.

A pesar de estas amenazas, el suelo ha sido reconocido en los últimos años como un sumidero de carbono de gran importancia, con un potencial para mitigar el calentamiento global solo superado por el de los océanos. La vegetación y los organismos del suelo tienen un papel crucial en este proceso, al tomar el CO2 atmosférico a través de la fotosíntesis y almacenarlo en el suelo.

Los desafíos

Los suelos en Europa y España se enfrentan a importantes desafíos que comprometen su capacidad productiva, lo que impacta directamente en la viabilidad de las explotaciones.

Estos problemas, como la erosión, la pérdida de carbono orgánico (aquel procedente de la materia orgánica descompuesta) o la compactación, son el resultado de un conjunto de factores que incluyen el cambio climático, la topografía del terreno y la necesidad de maximizar la producción.

El sector primario, tantas veces acusado de los males que padece el medio ambiente, no solo no es la causa, sino el agente clave para revertir estos procesos.

En el contexto español, las condiciones climáticas, como el alto riesgo de desertización y las sequías recurrentes, hacen que la gestión del suelo sea una tarea de máxima prioridad para el agricultor. Sin ir más lejos, el conocimiento de las propiedades del suelo es fundamental para maximizar la eficiencia en el uso del agua, un recurso cada vez más escaso y costoso.

Así es como cobra sentido la puesta global por prácticas como la agricultura de conservación o la rotación de cultivos. La agricultura de conservación se define como un sistema de manejo que busca la eficiencia en el uso del suelo, el agua y los recursos biológicos, con lo que promueve la salud del ecosistema y la sostenibilidad de la producción. Se basa en principios como el mínimo laboreo, la cobertura permanente del suelo o la diversificación de cultivos mediante la rotación.

El papel de la rotación

La rotación es una práctica beneficiosa para el suelo porque mejora su fertilidad y estructura, aumenta su diversidad biológica y reduce el proceso de erosión. Al mismo tiempo, disminuye la presencia de plagas, enfermedades y malas hierbas al interrumpir sus ciclos de vida y la dependencia respecto a determinados nutrientes.

Un suelo bien gestionado mejora la capacidad de resistencia de los sistemas agrícolas ante condiciones climáticas extremas, como sequías e inundaciones. Al mismo tiempo favorece la biodiversidad, al crear un ambiente en el que coexisten microorganismos, insectos y raíces, lo que mejora la fertilidad y la productividad.

¿Y la materia orgánica?

Un suelo saludable es rico en materia orgánica y microorganismos que mejoran su capacidad para retener nutrientes y liberarlos de forma gradual. Esto permite que las plantas tengan un suministro constante de elementos esenciales, lo que incrementa la productividad del cultivo y reduce su dependencia respecto a fertilizantes sintéticos.

Ese suelo tendrá una estructura porosa que facilitará la penetración de las raíces y el acceso a nutrientes y agua, lo que resultará en plantas más fuertes y cosechas más abundantes.

Del mismo modo, un suelo saludable es el hogar de una vasta biodiversidad que incluye microorganismos, insectos y otros organismos esenciales para el equilibrio ecológico. Estos ayudarán en la descomposición de materia orgánica, el control natural de plagas y el mejoramiento de la estructura del suelo.

Todo ello sin perder de vista que la biodiversidad del suelo crea un ambiente donde coexisten microorganismos beneficiosos, que pueden inhibir el crecimiento de patógenos y reducir la necesidad de productos como los fungicidas.

Resiliencia y productividad

La estructura y el contenido de materia orgánica de un suelo saludable permitirán una mayor retención de agua, lo que ayudará a las plantas a afrontar posibles periodos de sequía. También, en sentido contrario, durante las lluvias intensas los suelos saludables tendrán mayor capacidad de absorción de agua, lo que disminuirá la erosión y el riesgo de inundaciones.

Ese suelo saludable ya no solo representa una mejora ambiental en sí mismo, sino que se traduce en una menor demanda de fertilizantes sintéticos y de fitosanitarios. Con esto se minimiza la contaminación de las fuentes de agua y se reducen los efectos nocivos en los ecosistemas cercanos, por no mencionar el ahorro directo en el proceso productivo al depender menos de esos insumos.

Por todo ello, reconocer el valor del suelo saludable y adoptar prácticas que fomenten su conservación es esencial para construir un modelo agrícola resiliente, productivo y verdaderamente sostenible.

Los últimos estudios publicados destacan que la degradación afecta al menos al 63% de los suelos de la Unión Europea. Los principales procesos que desafían su salud es la pérdida de carbono orgánico, un componente esencial que muchos suelos están perdiendo, lo que podría afectar los objetivos climáticos de la UE.

Otro desafío es la erosión, ya que cerca de mil millones de toneladas de suelo son arrastradas cada año por el agua y el viento. Además, la expansión urbana ha provocado el sellado de más de 400 kilómetros cuadrados de tierra anualmente, lo que compromete de forma irreversible la funcionalidad de la tierra agrícola.

El informe señala un desequilibrio de nutrientes: alrededor del 74% de la tierra de cultivo en la UE afronta un exceso de nitrógeno, y vastas áreas tienen un exceso de fósforo. A estos desafíos se suma la contaminación del suelo por residuos de plaguicidas y otros contaminantes.

Para hacer frente a esta situación, desde la UE se subraya la necesidad de fortalecer los marcos políticos y la coordinación entre sectores. Se propone el diseño de mecanismos legislativos, como una directiva para la monitorización y la resiliencia del suelo, que permita evaluar de manera integral la salud del suelo.

El documento también destaca el papel de los incentivos para que los agricultores adopten prácticas de conservación del suelo, como la reducción del laboreo y la siembra de cultivos de cobertura.

Además, resalta la importancia de invertir en investigación e innovación y de apoyar a los países vecinos en la transición hacia prácticas sostenibles.

Mejorar la fertilidad

Precisamente Carlos Baixauli, director del Centro de Experiencias de Cajamar, apuesta por las cubiertas vegetales como estrategia para mejorar la fertilidad, el secuestro de carbono y el control de plagas.

Para él, “un suelo vivo brinda muchos servicios a los ecosistemas, como el secuestro de carbono, la disponibilidad de nutrientes, la regulación del ciclo del agua y la producción de alimentos”. Entre las funciones de la cubierta están las de proveer de nutrientes a los cultivos para su desarrollo y la de secuestrar carbono atmosférico, “de forma que una mejora en el manejo de los suelos reduce las emisiones de gases de efecto invernadero y mitiga el efecto del cambio climático”.

Para restaurar los suelos se necesita aumentar el contenido de materia orgánica. Este aumento supone una mejora de su fertilidad, tanto física (porosidad, estructura, etc.), como química (contenido de nutrientes, amortiguación de pH) y biológica (biodiversidad, relaciones simbióticas, reciclaje de nutrientes). Al mismo tiempo se mejora su capacidad de infiltración y percolación de agua, con lo que disminuyen la escorrentía, la erosión y la salinización.

Una de las actividades agrarias a través de las que se logra incrementar la capacidad de secuestro de carbono es el manejo óptimo de los restos de cosecha y de las cubiertas vegetales. También mediante la implantación de ‘mulching’, como se denomina al mantillo o acolchado: la técnica de cubrir el suelo con una capa de materia orgánica o mineral, que protege el suelo de las inclemencias meteorológicas, conserva la humedad e inhibe el crecimiento de malas hierbas.

Para Baixauli, las técnicas de mantenimiento del suelo con cubiertas vegetales “mejoran el contenido en materia orgánica y la fertilidad del terreno, controlan la vegetación espontánea, mejoran la capacidad de retención de agua, evitan la formación de costra superficial e incrementan el secuestro de carbono”.

Aunque tradicionalmente las cubiertas se han utilizado en zonas de pluviometría alta con el objetivo de controlar el desarrollo vegetativo y rendimiento de las plantas, “en los últimos años su uso se está extendiendo también a zonas más áridas, fundamentalmente para controlar la erosión de los suelos dispuestos a favor de la pendiente en el terreno”.

Biodiversidad, otra de las claves

La cubierta vegetal favorece la biodiversidad del suelo y potencia los procesos biológicos al favorecer el desarrollo de microorganismos. A su vez, es posible observar un incremento de la fauna auxiliar, “al ofrecer estas cubiertas recursos alimenticios en forma de néctar, polen y otros insectos”.

Además, es muy importante la multiplicación de esta práctica en zonas semiáridas, donde puede ejercer un papel protector de suelo contra factores erosivos, como la escorrentía o la erosión eólica, además de tener un papel muy importante en la reducción de la evaporación.

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