El incremento de la producción implica que los ingresos serán mayores, pero todavía es muy pronto para prever cómo serán las cotizaciones. La actuación de los fondos de inversión, mayor o menor consumo y las decisiones políticas son determinantes
Los mercados siempre han traído de cabeza al productor. Y ahora, que tiene menos control que nunca sobre ellos, más todavía. Al final, es la rentabilidad lo que marca si el agricultor sigue o no con su actividad y cómo. Desde comienzos de este año 2018 la evolución de los precios de los cereales ha sido dispar, a juicio de José Manuel Álvarez, secretario general de la Asociación de Comercio de Cereales y Oleaginosas de España (Accoe).
“Mientras que la cebada y el trigo blando han depreciado ligeramente su valor, el maíz ha subido más de un 6% y el trigo duro ha caído nada más y nada menos que un 10%”, reseña. La previsiones para la nueva campaña son “muy optimistas”, según Álvarez. La meteorología ha acompañado a lo largo del invierno y primavera, si bien ha retrasado mucho el comienzo de la cosecha. Accoe prevé una producción nacional superior a los 20 millones de toneladas.
Indudablemente el aumento de existencias implica una aumento de la cantidad de producto a comercializar y, por consiguiente, un aumento de los ingresos. Al menos sobre el papel. En cualquier caso, todavía es muy pronto para saber qué es lo que va a ocurrir con las cotizaciones. “Como es habitual, habrá que esperar a ver qué ocurre con los mercados internacionales en los próximos meses”, indica el secretario general de la Asociación de Comercio de Cereales y Oleaginosas de España.
“Al tratarse de materias primas indispensables, existen otros factores intrínsecos como la actuación de los fondos de inversión, variación del consumo o colaterales como decisiones políticas que impidan el funcionamiento fluido de los mercados y que pueden resultar determinantes para los precios finales”, apunta el secretario de Accoe.