Quien cuida la tierra cuida la vida. Eso es lo que hacen cada día nuestros agricultores: cuidar. Cuidan del campo, del paisaje, del medio ambiente. Cuidan de nuestros pueblos, de nuestras raíces y nuestras tradiciones. Y, sobre todo, cuidan de algo tan esencial como los alimentos que llegan a nuestra mesa.
Pero ese esfuerzo, ese compromiso diario, se está viendo amenazado por decisiones que se toman demasiado lejos del surco. Eliminar materias activas sin ofrecer alternativas eficaces no es avanzar en sostenibilidad: es dejar al agricultor indefenso ante plagas y enfermedades que arruinan cultivos, inversiones y esperanza.
Desde la Revista Campo -al lado siempre del sector- alzamos la voz junto a nuestros agricultores para pedir algo básico y urgente: soluciones reales, viables y a tiempo. Sin herramientas eficaces no hay cosecha, y sin cosecha no hay rentabilidad. Y sin rentabilidad no hay agricultura que resista, ni pueblos que sobrevivan.
Desde el sector se pide algo tan básico como justo: poder competir en igualdad de condiciones. Hoy importamos productos de países que no están sometidos a nuestras mismas exigencias. ¿De qué sirve ser ejemplares si jugamos con desventaja? ¿Cómo se defiende la seguridad alimentaria si permitimos una doble vara de medir?
El agricultor cumple. Produce con trazabilidad, con controles, con exigencias que garantizan la seguridad alimentaria de todos. Y mientras tanto ve cómo otros países introducen productos en nuestro mercado sin cumplir esas mismas normas. ¿Competencia justa? No lo parece.
No se puede pedir más a quien ya lo da todo. A quien se la juega cada campaña frente a unos mercados injustos que no reconocen ni el trabajo ni la calidad de sus productos. No se puede sostener un modelo que exige sin ofrecer. Producir alimentos de calidad es un orgullo, pero debe seguir siendo una posibilidad. Porque con las cosas del campo -y con las cosas de comer- no se juega.
Los agricultores son mucho más que productores: son los verdaderos mantenedores de nuestro territorio. Sin ellos no hay paisaje, no hay pueblos vivos, no hay cultura rural que resista. No podemos permitirnos que la falta de decisiones sensatas los empuje a abandonar su tierra.
La agricultura necesita innovación, ciencia, tecnología útil, pero sobre todo necesita respeto. Y necesita que quienes legislan escuchen, entiendan y actúen con sentido común. Porque el campo no espera. Y el futuro no se improvisa.
El campo cumple. Ya es hora de que los demás hagan lo mismo.
Entre tanto… a lo nuestro. Buena cosecha a todos.