“La fertilización es la herramienta más directa para obtener rendimientos óptimos. Si la reduce o incluso la elimina, el agricultor verá que se le caen todos los parámetros”, apunta José Ángel Cortijo, responsable de Fertiberia para el noroeste de España.
“Tan sencillo como que el 50% de los alimentos del mundo está ligado al empleo de fertilizantes. Parece una afirmación algo lejana, pero en realidad es algo que nos interpela a cada uno de nosotros”.
En su opinión, resulta un falso dilema preguntarse si hay que abonar o no, ya que la respuesta “es y sigue siendo hacer de la fertilización una labor más eficiente. Porque las decisiones radicales, de todo o nada, siempre son erróneas”.
“Algunos llevamos más de dos décadas defendiendo misma premisa: debemos optimizar nuestros recursos y para ello tendremos que aportar la cantidad necesaria para obtener la producción media en nuestro suelo, y con la máxima calidad. Es lo que hemos defendido en todos los escenarios, incluido el actual”, subraya.
¿Cuánto fertilizante aportar?
Una de las mejores formas de conocer la respuesta a cuánto fertilizante aportar es que el agricultor disponga de toda la información sobre su medio de trabajo, que es su suelo. Por eso un análisis realizado por un laboratorio de confianza le ofrecerá el guion de lo que debe hacer.
Una herramienta magnífica es acceder a la página web de Itacyl y consultar los mapas de suelos comarcalizados. A partir de ahí, la clave para conocer el suelo es disponer de un histórico de la parcela y, sobre todo, interpretar adecuadamente los análisis de los que disponemos.
Para Cortijo, “el mapa de Itacyl nos indica información sobre el tipo de suelo de una comarca, sobre su textura y composición. Pero el resto de factores depende de lo que haya hecho el propio agricultor: qué labores ha realizado, qué rotaciones, si ha incorporado residuos vegetales, estiércol…”.
Ahí radica una de las razones de que, en numerosas ocasiones, haya tantas diferencias entre dos explotaciones de un mismo municipio. “No hay que perder de vista que son muchos los factores relacionados con la fertilización que marcan la diferencia, como hacer una buena rotación, o una buena labor, que permita optimizar la absorción de nutrientes”, recalca.
“Abonar sigue siendo rentable”
La forma tradicional de trabajar “se ha roto” por unas producciones bajas y, sobre todo, irregulares. Como consecuencia, se ha producido un efecto contagio de pesimismo, de fatalismo.
“Pero para enfrentarse a ello cada agricultor debe sentarse con tranquilidad y hacer sus cuentas. Las suyas, no las que escucha en el bar o lee en las redes sociales”, advierte el responsable de Fertiberia.
200 kilos de abono para obtener dos toneladas de cereal
Baste recordar que, para obtener mil kilos de cereal, el agricultor necesita aportar, de media, 27 unidades de nitrógeno, lo que supone unos cien kilos de un abono nitrogenado estándar.
De este modo, si las condiciones ambientales son medias, aportar 200 kilos de abono se traducirá en dos toneladas de cereal, “con lo que tenemos que la ‘ratio’ de conversión de abono en kilos de producción sigue siendo positiva, es decir, rentable”.
Esto se complementa con otro razonamiento: la clave no reside en gastar en el abono más barato, que nos saldrá muy caro si es un producto que no necesitamos. Al mismo tiempo, ese producto con un precio algo más elevado será la mejor inversión que podamos hacer si cubre las necesidades de nuestro cultivo; el agricultor debe tener la capacidad de interpretar su análisis de suelo y en esa labor los técnicos pueden ayudarle.
Sin hacer trampas al solitario
“Lo que está claro es que, una vez que el agricultor ha decidido sembrar, lo que debe hacer es perseguir la máxima productividad y la máxima rentabilidad. Y eso se debe hacer desde el principio: hacerse con la semilla más adecuada a su suelo y su clima, pero también lograr la mejor implantación”, señala Cortijo. Eso solo es posible con la herramienta de la fertilización, que ayudará a la planta a desarrollar su sistema radicular y a ‘blindarla’ ante cualquier escenario meteorológico extremo.
“En esa búsqueda de la máxima productividad existe la tentación de saltarse algún paso, pero el agricultor debe ser consciente de que, si lo hace, es muy probable que se tropiece”, remacha.