Ricardo Ortega
Los forrajes de secano estaban bien presentados en marzo y principios de abril. Después se vieron muy afectados por la prolongada sequía y, por último, las lluvias caídas a partir del 26 de mayo llegaron demasiado tarde para cultivos como la avena forrajera, la veza, etc., con el único efecto negativo de la proliferación de malas hierbas y enfermedades.
Para colmo de males, muchos trigos segados en verde para forraje se mojaron y han quedado convertidos en paja de mala calidad.
El agua solo llegó a tiempo el agua para la alfalfa, gracias a su carácter de cultivo plurianual. En muchos casos ha tenido un buen segundo corte, con el que ya nadie contaba.
En regadío, aumentaba algo el agua disponible y se ahorraban riegos, aunque se trabajaba con la certeza de que no habría agua de riego garantizada para el agricultor del Sistema Pisuerga-Bajo Duero.
El resultado de todo ello ha sido una producción de alfalfa un 40% inferior a la del año pasado, pero en todo caso por encima de lo esperado.
“Una isla dentro de una isla mayor”
Felipe González, gerente Cofocyl (deshidratadora alfalfa forraje Santervás de Campos, Valladolid), destaca que los meses de sequía han sido un factor que ha llevado a elevar los precios de la alfalfa en España. Pero al mismo tiempo la producción era buena en las grandes zonas productoras del mundo, como EEUU, Australia o el este de Europa, en países como Serbia o Rumanía.
Ese fenómeno ha llevado a que la alfalfa deshidratada española haya dejado de ser competitiva en el mercado mundial. Para González, merece la pena destacar que la alfalfa de EEUU, el gran exportador mundial, se encuentra ahora mismo a unos 200 dólares por tonelada, entre 60 y 80 dólares por debajo de los precios del año pasado, mientras que en España las lonjas publican un precio 100 euros por encima del de 2023.
Esa dislocación coloca fuera del mercado a España, “un país que exporta el 80% de su producción”, como recuerda el responsable de Cofocyl.
Esta realidad compleja lleva a Rafael Rubio, gerente de Forrajes y Proteínas (Villalar de los Comuneros, Valladolid), a subrayar que Castilla y León funciona como una isla independiente dentro de la península ibérica, “que a su vez funciona como una isla independiente dentro del mercado mundial”.
Y es que en el mercado global los precios se encuentran a años luz de los que se publican en España, donde las lonjas generan unas expectativas en el agricultor “muy alejadas de la realidad”. “Hacen un flaco favor al agricultor y al conjunto del mercado, puesto que un agricultor con unas expectativas infladas se negará a vender su producción a las deshidratadoras, el sector se paralizará y al final la producción se derrumbará y perderá su valor”, destaca.
También sucede con la avena forrajera: “No se pueden pagar los precios que publican las lonjas, ya que no se paga a más de 200 euros en el exterior”.
¿Funciona la ley de la oferta y la demanda?
Igual que el cereal llegado a puerto condiciona el precio del trigo o la cebada del interior peninsular, por mera aplicación de la ley de la oferta y la demanda, algo similar debería suceder en relación con los forrajes, “porque las exportaciones españolas van a ser ‘cero’ mientras los intercambios entre agricultor e industria no se produzcan dentro de los parámetros internacionales”, resalta.
El año pasado España produjo en torno a 1,3 millones de toneladas de alfalfa deshidratada, de lo que un millón se exportó. Este año nuestro país puede producir un 40% menos, según diversas fuentes, y es posible que se queden en casa del agricultor varios centenares de miles de toneladas. “Las consecuencias pueden ser desastrosas y solo se evitarán sacando esa producción al mercado exterior”, advierte Rubio.
“El excedente del forraje siempre se ha solucionado con la exportación”
A día de hoy hay alfalfa de EEUU que se vende en China a menos de 300 euros por tonelada, lo que hace imposible competir con ella. Esto se traduce en una falta de actividad reflejada en el número de contenedores que se pueden ver en fábrica o en los puertos de Barcelona o Valencia. Su número cayó el 70% en el mes de junio y puede caer hasta el 90% en julio y agosto.
De este modo, para González la industria necesitaría que el precio al agricultor se situara entre los 210 y los 220 euros, para añadirle el coste de deshidratar y poder vender a 280 euros la tonelada.
Con todo este panorama, el mercado nacional puede quedar paralizado y la industria pasarlo mal “hasta que la ley de la oferta y la demanda funciones como es debido y baje el precio de la alfalfa”. Aunque podría ser tarde.
