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Fonteboa, faros en el medio rural

Un centro de estudios que ayuda a sus alumnos a encontrar el rumbo en el medio rural

Máximo Gómez y Natalia Lozano

Galicia es tierra de ganado, monte y huerta. Y dentro de ese paisaje diverso, la provincia de A Coruña desempeña un papel estratégico en el sector primario: lidera la producción de leche junto a Lugo, concentra miles de explotaciones ganaderas y sostiene buena parte de la industria agroalimentaria gallega.

En su interior, la comarca de Bergantiños con municipios como Coristanco, reúne una de las agriculturas más vivas del noroeste peninsular, donde conviven ganaderías punteras, cultivos hortícolas de calidad y una cultura agraria profundamente arraigada. Es aquí, en pleno corazón rural coruñés, donde nace y crece Fonteboa, un centro de formación profesional agraria que lleva desde 1975 preparando a los jóvenes para quedarse en el campo con un proyecto propio.

Un centro con historia y raíz

Fonteboa no es un centro de formación convencional, es una EFA, una escuela familiar agraria, que forma técnicos mediante el modelo de alternancia, aula y práctica en empresas reales, que acompaña a sus alumnos en algo más que sus estudios, lo hace en su proyecto de vida.

En un momento crítico para el medio rural, donde el relevo generacional es urgente y la profesionalización imprescindible, este colegio ubicado en Coristanco se ha convertido en un referente. Lo ha hecho desde la discreción, pero con resultados visibles: antiguos alumnos que emprenden, explotaciones familiares que evolucionan, jóvenes que optan por el campo no como destino de paso, sino como elección de futuro.

Desde su fundación en 1975, Fonteboa ha mantenido un objetivo claro: ofrecer formación útil y conectada con la realidad del rural gallego. Su evolución ha ido de la mano del sector, ampliando su oferta educativa hasta convertirse en un centro de referencia en FP agraria. Hoy acoge alumnado de toda Galicia y ha sido reconocida por su compromiso con la formación de profesionales del sector primario.

Monitores que acompañan proyectos de vida

En Fonteboa no se habla de docentes, se habla de monitores. La diferencia no es menor. Un profesor da clase, un monitor, además de enseñar, acompaña, orienta y se implica en el recorrido personal y profesional de cada alumno.

Esa es una de las claves del modelo educativo del centro: la relación cercana, de confianza, que se establece entre formadores y estudiantes. “Un monitor es alguien que está al lado del alumno en su proyecto de vida”, resume José Gil, responsable de la formación profesional agraria y uno de los veteranos del equipo.

Los monitores visitan a los alumnos en sus empresas durante las prácticas, mantienen contacto con sus familias, y actúan como referentes cuando los jóvenes necesitan tomar decisiones sobre su futuro.

Esa cercanía favorece que muchos estudiantes no solo terminen sus estudios, sino que sigan vinculados al centro. Algunos vuelven para seguir formándose; otros, años después, lo hacen como formadores. El objetivo no es solo transmitir conocimientos técnicos, sino ayudar a construir personas con criterio y compromiso con su entorno.

Gil lo explica sin rodeos: “Aquí no buscamos expedientes brillantes, buscamos alumnos que quieran quedarse en el rural, que tengan un proyecto de vida ligado al campo”. La entrevista de acceso no es un filtro académico, sino una puerta de entrada para quienes desean formarse y emprender en su entorno. “Muchos llegan con la idea clara de continuar la granja familiar o de montar algo propio. Lo que hacemos es acompañarlos, formarlos y ayudarles a poner en marcha ese proyecto”.

La metodología de alternancia, subraya Gil, es una herramienta muy eficaz para ese propósito. “La FP se está empezando a parecer a nosotros”, bromea, en referencia al creciente interés por el modelo dual. Fonteboa lo aplica desde los años setenta: una semana en el aula, otra en la empresa. “Lo que ven en clase lo aplican al día siguiente en la granja o en el monte”. Y también les da confianza.

“Aquí hay chicos que vienen de familias ganaderas y se forman para profesionalizar la explotación. Otros vienen sin experiencia previa, pero con vocación. Todos encuentran su sitio”.

Vocaciones con nombre propio

El impacto del modelo educativo de Fonteboa se percibe mejor a través de sus protagonistas. Jennifer Rodríguez llegó desde la ciudad con apenas experiencia en el medio rural. Tras la pandemia, su familia decidió cambiar de vida y poner en marcha una pequeña explotación de vacuno de carne. Fue entonces cuando Jennifer descubrió Fonteboa.

“Quería algo que me ayudara a centrarme en el futuro de la granja”, explica. En poco tiempo, pasó de no conocer el sector a apasionarse por él: “Me enamoré de la ganadería. Vivía en la ciudad y cambié a lo rural. Aquí me ayudaron a entender todos los ámbitos del sector, desde el manejo de animales hasta el funcionamiento de una explotación”.

Cursa segundo del ciclo superior de Ganadería y Asistencia en Sanidad Animal, y no oculta que dejar el centro le da pena. «Aquí los profesores quieren ayudarte, están a tu lado. Se genera una relación muy cercana con compañeros y monitores”. Su plan es continuar su formación universitaria, posiblemente en veterinaria, y seguir ligada a la explotación familiar, que hoy gestionan sus padres y sus tíos. “Con lo que estoy aprendiendo, puedo ayudarles mejor».

José Villamil también descubrió Fonteboa con un objetivo claro: profesionalizar su vocación ganadera. Procede de una familia con explotación lechera en el municipio de Pol, y llegó al centro tras leer sobre el en medios especializados. “Lo que buscaba era una formación práctica, conectada con la realidad del campo. Y eso fue lo que encontré”. Hoy cursa segundo de Producción Agropecuaria y tiene claro su horizonte.

Para José, la clave está en combinar tradición con modernidad. “La ganadería no es esclava, es disfrute. Como para otros salir de fiesta, para mí es estar con los animales”.
Ambos coinciden en algo: Fonteboa no solo les ha dado formación técnica, sino una visión de conjunto y un entorno donde sentirse parte de algo. Para ellos, Fonteboa ha sido más que un centro de estudios: el lugar donde han encontrado el rumbo.

Un modelo con futuro

En un momento en que la Galicia rural y el resto de España se enfrentan a desafíos estructurales como el envejecimiento, el abandono de tierras o la pérdida de servicios, el trabajo de centros como Fonteboa adquiere una dimensión estratégica, no solo forma profesionales, también sostiene comunidades.

Fonteboa demuestra que es posible fijar población, dignificar el trabajo en el campo y ofrecer un horizonte de futuro a quienes quieren vivir de él. Sus antiguos alumnos no solo regresan como emprendedores, también como ejemplos vivos de que el medio rural gallego no está condenado a apagarse. Fonteboa seguirá formando nuevas generaciones. Y lo hará con la misma convicción con la que nació hace medio siglo: ser faro y guía para quienes creen que el campo no es solo un lugar donde vivir, sino una manera de estar en el mundo.

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