Ha vivido en primera línea la revolución, tecnológica y cultural, y para él los retos del futuro pasan por reducir los costes de la explotación y ganar competitividad
Dicen que las ciencias adelantan que es una barbaridad, y bien lo sabe cualquier profesional de la agricultura que se haya curtido en el surco o subido a un tractor en las últimas décadas. Uno de esos testigos es Luis Ángel Meneses, un técnico que lleva el campo en el ADN: nació en el seno de una familia de agricultores del Cerrato, se formó en Dirección de Empresas Agrarias en Inea y durante tres décadas ha recorrido decenas de miles de kilómetros para acercar los avances de la industria al productor.
Fue distribuidor de agroquímicos y semillas, más adelante trabajó en Monsanto (donde permaneció nada menos que 17 años como delegado para el noroeste de España) y lleva siete en RAGT, donde dirige el área comercial y de producción para la mayor parte de Castilla y León, además de La Rioja y el País Vasco.
Gracias a ello ha vivido en primera línea la evolución de la agricultura, con una tecnificación que ha sido tan importante en el campo como en el ámbito de la industria, y que ha supuesto “un cambio radical”. La apuesta por la innovación se ha notado en los fertilizantes, en los tratamientos… y por supuesto en la semilla. Porque considera impresionante “la cantidad de innovación que encierra un bote que te cabe en la mano”, respecto a capítulos como la calidad, resistencia a enfermedades, rusticidad, capacidad de adaptación al medio, de absorción de nitrógeno…
También ha sido testigo del cambio en el nivel cultural del agricultor, que se corresponde con el abandono de la imagen peyorativa que existía de él en la sociedad. “La imagen del agricultor bruto y poco preparado ha desaparecido por completo”, apunta, “y ahora mismo este profesional tiene un trabajo muy gratificante, que además se valora de forma diferente cuando tanta gente ha perdido el suyo en la ciudad”.
Cosa diferente es decir que el campo de Castilla y León y de España viven una situación idílica, porque no es así. Y es que “hay mucha tecnología, pero se aprovecha mal porque tenemos un sector mal estructurado”. En su opinión, el principal problema del campo de Castilla y León es “la dimensión de sus explotaciones”. “Nuestro principal activo es nuestra tierra, tan amplia, pero con muchísimos agricultores y si queremos competir debemos ir a explotaciones más grandes”, advierte. Y eso no significa que cambie la estructura de la propiedad, sino que haya empresarios más grandes a través de las fórmulas que ya existen, como las cooperativas o los distintos tipos de sociedad”.
Para Luis Ángel, el cálculo de los gastos “se suele hacer por hectárea, pero se trata de un error: ese cálculo debe ser por explotación”. Así, los costes por explotación “son tan grandes que habría mucho trecho por reducir, y a partir de ahí nuestra economía sería competitiva”. Por ejemplo, frente a los países que ponen en el mercado cereal a doce céntimos el kilo.
Una de las claves reside en los gastos en maquinaria. “Si en una explotación media valdría con tener medio caballo de potencia por hectárea, no tiene sentido que algunas explotaciones estén cerca de los dos caballos”, subraya. Porque el agricultor “no debe limitarse a protestar: debe hacer las gestiones que sean necesarias para reducir sus costes de producción”. Quizá resida ahí la revolución para las próximas décadas.