Apenas se abandona el camino de acceso, las calles de la Finca Montserrat revelan una geometría casi arquitectónica: filas de almendros plantados en 3,20m x 1,20m, recortados al milímetro y alineados en pasillos estrechos.
La escena, que hoy se exhibe como modelo de eficiencia, fue una apuesta contraindicada cuando Finca Montserrat decidió arrancar el proyecto hace nueve campañas.
“Entonces nos recomendaban formar a setenta centímetros de altura —recuerda—; yo me planté en cuarenta-cincuenta. Sabía que, si la luz entraba pronto en el centro, el árbol cerraría antes los huecos”.
Ese criterio —la luz como divisa— marcó la formación inicial. Durante las tres primeras campañas, Plana integró despuntes de 40cm en función de las variedades y el crecimiento, poda manual para aclarar el interior y un programa de riego-fertilización generoso pero medido: “potenciar el vigor sin desbocar”.
El resultado es la pared vegetal que hoy mide 3 m, deja 0,5 m limpios en la base y sostiene casi toda la almendra en la periferia. “Si fallas en esos primeros tres años — insiste— condenas la plantación para siempre. Si aciertas, tienes dos décadas de recorrido con muy poca mano de obra”.
Ese “poco” se concreta en cuatro o cinco horas de trabajo por hectárea: una pasada de herbicida al año, revisiones en los goteros que los jabalíes muerden con obstinación y un máximo de diez tratamientos fitosanitarios, de los que los cuatro primeros son innegociables.
Riego y nutrición
Plantada sobre Rootpac®20, el almendro de la finca Montserrat obliga a ser precisos con el agua. Las sondas de humedad muestran curvas en diente de sierra del 90 % al 75 % de la capacidad de campo: riegos diarios que, en el pico de demanda estival, reparten seis milímetros en dos pulsos de tres milímetros cada doce horas.
“Un mes antes de la recolección bajamos un milímetro semanal, el último año no pudimos debido a la fuerte ola de calor que nos situó entre los 35 y 39 grados entre el 15 de julio y el 15 de agosto”.
“Probamos a darlos de golpe y el árbol amanecía mustio; en dos pulsos, la hoja llega viva a cosecha”. Este 2025 las temperaturas extremas empujaron hasta 7 200 m³/ha; otros años bastan 6 000-6 500 sin merma visible.
El objetivo, repite Plana, «es cosechar con la copa entera: hoja verde es calibre y reservas». Aun rodeado de sensores y pantallas, el técnico defiende el juicio a pie de árbol: “Las sondas informan, pero la decisión final es del agricultor. Si la brotación se estanca, paro; si avanza, sigo. No quiero delegar la finca en la electrónica”.
Cosechar sin perder un gramo
Entre las 3.500 y las 4.000 flores que puede abrir un árbol y las mil almendras finales desaparecen unas 2.500 flores. Plana calcula que, con solo mil frutos por árbol y un gramo medio, ya se situaría en 2.600 kg/ha, y subrayar dos puntos de rendimiento “te cambia la cuenta de resultados”. Pero tan crítico como el cuajado es la integridad de la cosecha.
Leer el clima con precisión
La pluviometría de Lérida ha descendido de 350 mm a 250 mm anuales en apenas una década y las heladas se han vuelto más caprichosas. Soleta, la variedad temprana de la finca, puede abrir flor la primera semana de marzo; Lauranne se incorpora sobre el quince. Entre esas fechas y mediados de abril todo es una ruleta de termómetro. “Cuando la sonda marca medio grado sobre cero empieza el baile”, confiesa Plana.
“En flor aguanta; cuando pierde la camisa, medio grado negativo durante una hora te fulmina la cosecha. Hemos pasado de cero a menos tres en dos horas”. La vigilancia nocturna, el riego antiestrés y la ventilación del seto —que disipa el aire frío— han evitado, por ahora, siniestros totales.
El suelo ayuda: una grava arcillosa con apenas 1-1,5 % de materia orgánica que drena cuatro dedos de agua en cuestión de una hora. “Es oro para el almendro: odia los pies fríos”, sentencia el técnico, mientras remueve con el pie la tierra suelta. “Aquí puedes ver charco por la mañana y polvo por la tarde”.
Escuchar al árbol
A la hora de resumir aprendizaje, Xavier Plana regresa al mismo verbo: escuchar. El seto, asegura, es una orquesta afinada en la que la planta marca el compás y el agricultor interpreta. “La almendra viene sola si somos puntuales con luz, agua y alimento justo”, dice. “Las sondas, los drones, la analítica… todo suma, pero la última palabra se toma a pie de calle. Porque el árbol te lo cuenta todo, si sabes escuchar”.







