Ricardo Ortega
El mundo contará con 11.000 millones de habitantes a finales de siglo, con una superficie agrícola que ya no puede extenderse más. Alimentar a esa población supondrá un mandato ético, pero también un verdadero reto para un sector que al mismo tiempo debe enfrentarse a un enemigo del tamaño de un coloso, como es el cambio climático.
Ese es el horizonte que contempla Emilio del Campo, que durante dos décadas ha liderado el equipo de ventas de BASF para el centro y el norte de España, y que acaba de traspasar el umbral de la prejubilación. A partir de ahora toca ver los toros desde la barrera, aunque es muy difícil que desconecte del todo este enamorado del medio rural que nació en Villalba de los Alcores (Valladolid) el mismo año que en EEUU tomaba posesión el presidente John Fitzgerald Kennedy.
Aunque dedique más tiempo a algunas de sus pasiones, como la lectura o los viajes, no entra en sus planes romper la fuerte vinculación emocional con el sector agro o con la compañía, en la que conserva tantos amigos. Cuesta romper con una empresa para la que ha echado muchas horas, algunas de ellas marcadas por la intensidad que imprime el tener que hacer números, “y que las cuentas siempre salgan en positivo”.
“Hay gente que te pregunta cómo has aguantado tantos años en la misma empresa; es algo que se consigue cuando te gusta lo que haces, cuando te sientes identificado con la compañía, participas en su crecimiento… cuando hay detrás una pasión tremenda”, recalca.
Un jefe que no saca el látigo
Emilio se formó como ingeniero técnico agrícola. Trabajó en una empresa segoviana de fitosanitarios y en la fábrica de Acor en Valladolid capital, y en 1990 pasó a BASF.
Desde 2005 ha sido jefe de área hasta el final de su vida laboral. En sus años como responsable ha sido un líder colaborador y no déspota. “Cada uno es como es y, si yo saco el látigo con mis compañeros, el que sobra soy yo”, subraya en una idea que encaja a la perfección con la imagen que se ha labrado en el sector.
De la compañía Emilio solo dice cosas buenas incluso ahora, que vive dedicado a sus aficiones. “Se nota que es una empresa alemana por el rigor a la hora de plantear el trabajo y también por la humanidad en la relación con los empleados”, quizá a diferencia de las compañías de filosofía norteamericana. Por ejemplo, “los empleados acuden a su trabajo sin la incertidumbre sobre su futuro que padecen en EEUU”, apunta.
Conoce bien el carácter germano, al que los tópicos definen por su rigidez, aunque él destaca la apuesta inequívoca por la innovación y el desarrollo. “Es ahí donde se nota que BASF es una empresa alemana”, subraya.
Hay que tener en cuenta que en las tres últimas décadas se ha pasado de más de 700 materias activas autorizadas a poco más de 200. Ese dato subraya la necesidad de hacer frente al reto de la sanidad vegetal con un nuevo enfoque, que debe incluir nuevas prácticas agrícolas, la reducción de dosis, la obtención de nuevos productos de sanidad vegetal… “aunque hay otros igual de importantes, como el relevo generacional o la amenaza del cambio climático”.
Avances tecnológicos
La solución solo puede pasar por la genética, por la mejora de los productos fitosanitarios, “que no siempre serán de síntesis”, por aprovechar al máximo las oportunidades que brindan los avances tecnológicos y la digitalización… “Sin ellos no seremos capaces de producir alimentos de calidad con unos costes limitados, que permitan ser competitivos y llevar los alimentos a toda la población”, advierte antes de recordar que “sin los fitosanitarios la producción caería de forma estrepitosa por la acción de plagas, enfermedades o malas hierbas”.
En este proceso el papel de la industria va a ser fundamental. Pero lo que el público debe saber es que, cada vez que sale al mercado un nuevo producto, “lleva detrás de media once años de investigación y desarrollo”, con una inversión que supera los 250 millones de euros. La parte principal de este coste corresponde a conseguir que se trate de un producto seguro para el medio ambiente, para el profesional que lo aplica y también para el consumidor.
Son razones que van a impedir a este trabajador infatigable romper los vínculos con la agricultura y con el medio rural, una pasión que sigue latiendo muy fuerte en su interior.