Nacido en San Sebastián y afincado en Soria, el veterinario Óscar Caso acaba de publicar ‘La desconexión urbana: ganadería, animalismo y alimentación’, un libro en el que defiende el papel de los ganaderos en la producción de alimentos.
-¿Cuáles son las idean que laten detrás de su libro?
-La línea argumental del libro es que la huida masiva de los habitantes de los pueblos hacia las ciudades, se supone que en busca de una vida mejor, ha originado, no solo un grave problema de despoblación en el medio rural, sino que tras varias generaciones de población exclusivamente urbana, esta ha terminado por desconectarse completamente de la vida en el mundo rural, y presenta un profundo desconocimiento sobre las profesiones exclusivamente rurales como son la ganadería y la agricultura.
Este desconocimiento del mundo rural, de la naturaleza y del reino animal, ha terminado por equiparar valores y cualidades de animales y seres humanos, originando el mal llamado animalismo, que ha otorgado a los animales los mismos derechos que los seres humanos.
Este animalismo ha derivado finalmente en la aparición de nuevas tendencias en la alimentación humana, como el veganismo, en el que se prescinde completamente de todos los alimentos de origen animal y ha colocado a la ganadería en el disparadero acusándola de ser una práctica de maltrato animal, a los productos obtenidos de ella como “no éticos” e insalubres y finalmente casi como la principal causante del efecto invernadero y el cambio climático.
-¿Cuál es el impacto en la economía española de esta nueva tendencia en el consumo?
-Es una tendencia claramente al alza empujada desde el mundo urbano por medios de comunicación y redes sociales, y que está siendo inculcada ya a los jóvenes urbanos en las escuelas desde bien jóvenes, haciendo ver a estos que lo verdaderamente sano, ético y sostenible es una alimentación casi exclusivamente de origen vegetal.
Las empresas de alimentación han encontrado aquí un interesante nicho de mercado y seguramente más rentable económicamente que el de su propio sector. No puede explicarse de otra manera que sean las propias empresas del sector cárnico las que hayan abierto líneas de alimentación vegetal en su producción, realizando realmente el efecto de “tirar piedras sobre su propio tejado”.
Es difícil predecir hasta dónde se va a llegar con esta tendencia; podría ser que se tratase solo de una moda pasajera, pero me temo que el adoctrinamiento sobre este asunto que se viene realizando en las escuelas con los más jóvenes puede acabar provocando un cambio total en el modo de alimentación humana, de consecuencias impredecibles para la salud de la población y también para la sostenibilidad del planeta, porque en este aspecto seguramente provocarán el efecto contrario del que pretenden.
-¿Hasta qué punto es el sector ganadero responsable de la contaminación ambiental, de la emisión de gases responsables del calentamiento…?
-El sector ganadero contribuye en la contaminación ambiental como actividad humana que es, en mayor o menor medida, pero de lo que estoy absolutamente seguro es de que no es precisamente el principal responsable de la contaminación ambiental.
Parece una acusación interesada desde los sectores verdaderamente contaminantes, que han encontrado aquí una cabeza de turco en la que dispersar su responsabilidad, un sector mucho más débil económicamente y que ahora mismo no está bien considerado entre la población urbana por los motivos que ya he expuesto.
Se acusa sobre todo a los sectores ganaderos intensivos vacuno y porcino porque incluso en la población urbana es difícil explicar cómo unas vacas que pastan libres en los prados o unos pollos que picotean por una parcela contaminan más el planeta que todos los aviones, fábricas, ciudades, calefacciones y todos los residuos mundiales de la actividad humana, especialmente la urbana.
-¿Y en cuanto al bienestar animal? ¿Es ya suficiente el grado de cuidado al que nos obliga la normativa comunitaria?
-El bienestar animal en la ganadería es necesario, yo diría que imprescindible, y ha llegado para quedarse.
Creo que el problema radica, como en muchos otros aspectos en el sector ganadero, en que todas las normativas y las leyes se realizan desde despachos muy alejados del día a día de la actividad ganadera.
Una cosa es que una gallina tenga su espacio, pueda salir al exterior, tenga su cama, su agua y su comida y otra bien distinta es que haya que besarla, peinarla o que coma de mi mesa o duerma en mi cama.
No sé si las leyes de bienestar animal que existen actualmente son suficientes pero sí que normalmente van en sentido contrario a la actividad productiva porque encarecen los costes. Estas normas de bienestar animal están siendo fomentadas precisamente, incluso desde el propio sector ganadero, para intentar demostrar que su actividad es “ética” y que en ella no existe maltrato alguno a los animales. Incluso se están poniendo de moda las certificaciones de los alimentos de origen animal en este sentido. Una vez más parece otro pequeño nicho de mercado interesante económicamente, incluso para las propias industrias de productos ganaderos, pero con el mismo riesgo de “tirar piedras sobre tu propio tejado”.
-¿Es toda esta polémica una prueba más de lo que usted llama ‘desconexión urbana’?
-Absolutamente, sí.
-¿Y cómo se siente el ganadero ante esta situación?
-Pues cada vez más tengo la impresión de que existe cierto sentimiento de culpabilidad en la actividad y con cierta tendencia a trabajar casi en la clandestinidad. Parece que ser ganadero ha pasado a ser una profesión ancestral y obsoleta, de otro tiempo.
Pero la permanencia de la ganadería es imprescindible para el mundo rural, para la agricultura, para la naturaleza, para el planeta y, aunque cada vez más se piense que no, también para la alimentación de los seres humanos.
La ganadería es absolutamente ÉTICA, en mayúsculas. Los productos obtenidos de ella son absolutamente sanos si se consumen como deben e imprescindibles para aportar nutrientes que no pueden obtenerse de otra manera que no sea a través de ellos, salvo la alternativa sintética, y sí, es una actividad contaminante del medio ambiente, pero en su justa medida, y se debe trabajar en ello para mejorar en este aspecto.
El verdadero motivo por el que he escrito este libro es precisamente este, defender la ganadería intentando aportar información verdadera sobre ella al mundo urbano, desmentir bulos y falsedades; en definitiva, intentar conectar de nuevo ambos mundos, rural y urbano, porque se necesitan y son complementarios.