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La sanidad de los cultivos empieza en el suelo

Una perspectiva integral frente a patógenos como nemátodos y hongos

José Ramón Díaz de los Bernardos

La sanidad de los cultivos representa un pilar fundamental en la productividad agrícola y la seguridad alimentaria. Tradicionalmente, el estudio de la sanidad vegetal se ha centrado en la planta, especialmente en sus partes aéreas, pero investigaciones recientes han demostrado que el suelo constituye el punto de partida esencial para garantizar el buen estado fitosanitario de los cultivos.

José Ramón Díaz de los Bernardos
José Ramón Díaz de los Bernardos. Ingeniero agrícola y enólogo

En este artículo se desarrolla una visión integral de la sanidad de los cultivos desde la perspectiva del suelo, considerando las características físicas, químicas y biológicas que determinan la presencia y proliferación de patógenos, con énfasis especial en nemátodos fitoparásitos y hongos del suelo.

El suelo es un ecosistema vivo, dinámico y complejo, en el cual coexisten microorganismos benéficos, materia orgánica en descomposición, nutrientes esenciales y una amplia gama de organismos patógenos.

Dentro de los principales enemigos de las plantas cultivadas se encuentran los nemátodos fitoparásitos y los hongos fitopatógenos, ambos capaces de provocar pérdidas significativas de rendimiento y calidad. Estos organismos suelen habitar en el suelo o en la rizosfera y su desarrollo está fuertemente influenciado por las condiciones edáficas.

La relación entre el suelo y la sanidad de los cultivos no puede ser subestimada. Un suelo sano promueve un crecimiento vegetal vigoroso y permite a las plantas desarrollar mecanismos de defensa naturales más eficaces. Por el contrario, un suelo degradado o desequilibrado puede convertirse en el caldo de cultivo perfecto para patógenos. Por tanto, comprender los mecanismos mediante los cuales el suelo influye en la salud vegetal resulta crucial para el diseño de estrategias de manejo integrado.

Salud del suelo y sanidad vegetal

La salud del suelo se refiere a su capacidad para funcionar como un ecosistema vivo que sostiene plantas, animales y seres humanos. Este concepto integra propiedades físicas, químicas y biológicas que, cuando se encuentran en equilibrio, permiten un ambiente óptimo para el desarrollo de los cultivos.

Desde el punto de vista físico, un suelo bien estructurado con adecuada porosidad y estabilidad de agregados facilita la aireación, el drenaje y el crecimiento radicular. Estas condiciones desfavorecen la proliferación de patógenos como Pythium spp. y Phytophthora spp., que requieren ambientes saturados en agua para desarrollarse.

Químicamente, un suelo balanceado en nutrientes evita el exceso o la deficiencia de elementos esenciales. Por ejemplo, concentraciones elevadas de nitrógeno amoniacal pueden favorecer enfermedades como la marchitez por Fusarium. La disponibilidad adecuada de calcio, magnesio y silicio ha demostrado reforzar las paredes celulares de las plantas, dificultando la penetración de hongos.

Biológicamente, un suelo con alta biodiversidad microbiana suele mostrar efectos de supresión natural de enfermedades. Microorganismos como Trichoderma spp., Bacillus subtilis y Pseudomonas fluorescens compiten con los patógenos por espacio y nutrientes, producen sustancias antimicrobianas y pueden inducir resistencia sistémica en las plantas.

Nemátodos fitoparásitos. Manejo desde el suelo

Los nemátodos fitoparásitos constituyen una de las amenazas más persistentes para la agricultura intensiva y extensiva. Se trata de organismos microscópicos que habitan el suelo y se alimentan de tejidos radiculares, alterando la fisiología de las plantas y predisponiéndolas a otras infecciones.

Entre los géneros más problemáticos se encuentran Meloidogyne spp. (nemátos formadores de agallas), Pratylenchus spp. (nemátos lesionadores), Heterodera spp. y Globodera spp. (formadores de quistes). Estos organismos pueden sobrevivir por largos periodos en el suelo en forma de huevos o estadios juveniles protegidos, lo que dificulta su erradicación.

El manejo de nemátodos desde el suelo incluye prácticas como la rotación de cultivos con especies no hospedantes, el uso de enmiendas orgánicas que fomentan enemigos naturales, la aplicación de biofumigantes y la introducción de hongos nematófagos como Paecilomyces lilacinus y Pochonia chlamydosporia. También se emplea la solarización en climas adecuados para reducir la población en los primeros 30 cm del perfil edáfico.

Hongos patógenos del suelo

Los hongos patógenos del suelo, como Fusarium spp., Rhizoctonia solani, Sclerotinia spp., y los oomicetos Phytophthora y Pythium, representan otra fuente significativa de enfermedades en los cultivos. Estos organismos pueden causar marchitez, pudriciones radiculares, damping-off, entre otros síntomas devastadores.

Su presencia y actividad está fuertemente influida por las condiciones edáficas. Suelos con alta humedad, mal drenaje, baja actividad microbiana y altos niveles de residuos de cultivos contaminados son especialmente propensos a albergar estos patógenos.

Para su manejo, es indispensable mejorar la estructura del suelo mediante técnicas de labranza conservacionista, el uso de cultivos de cobertura, la aireación y el mantenimiento de una microbiota equilibrada.

La aplicación de compost bien maduro puede ayudar a incorporar microorganismos benéficos, mientras que el uso de enmiendas orgánicas de calidad mejora la capacidad de supresión natural del suelo.

El control químico debe ser considerado como último recurso, dada su posible afectación a la microbiota beneficiosa.

Monitoreo de enfermedades de suelo

Para el diseño de estrategias de manejo eficaz, es imprescindible un diagnóstico preciso del estado fitosanitario del suelo. Esto incluye el análisis físico-químico para detectar condiciones predisponentes, y el análisis biológico mediante técnicas de laboratorio como el recuento de nemátodos (embudo de Baermann), el aislamiento de hongos en medios selectivos, y el uso de herramientas moleculares como la PCR.

También es útil la realización de bioensayos con plantas indicadoras o trampa, que permiten observar la expresión de enfermedades en condiciones controladas. El monitoreo debe ser constante y adaptativo, permitiendo ajustar las prácticas culturales de acuerdo con la evolución de las poblaciones de patógenos.

Manejo integrado y agricultura regenerativa

La solución a los problemas de sanidad vegetal desde el suelo no reside en una sola técnica, sino en la integración de diversas estrategias adaptadas al contexto agroecológico de cada finca. Esto incluye prácticas como la diversificación de cultivos, el uso de abonos verdes, la incorporación de bioinsumos, el manejo racional del agua y la fertilización basada en diagnósticos reales.

En este sentido, la agricultura regenerativa destaca como una alternativa prometedora, al buscar restaurar la funcionalidad del suelo y fortalecer los ciclos naturales. Suelos vivos, bien estructurados y diversos en microorganismos son la mejor defensa contra los patógenos. La prevención, más que el control, debe ser el eje central del manejo fitosanitario moderno.

En definitiva, la sanidad de los cultivos está profundamente ligada a la salud del suelo. Nemátodos y hongos patógenos son manifestaciones de un desequilibrio edáfico que puede y debe ser gestionado con un enfoque preventivo, integral y basado en principios ecológicos.

La ciencia del suelo ofrece herramientas poderosas para el diagnóstico y el manejo, pero es fundamental su articulación con el conocimiento tradicional y la experiencia de los agricultores.

El futuro de la sanidad vegetal dependerá de nuestra capacidad para ver el suelo no como un sustrato inerte, sino como un sistema vivo, complejo y esencial para la salud de los ecosistemas agrícolas.

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