Tomás Jurío
En España el riego del viñedo estuvo prohibido por la Ley 25/1970 de 2 de diciembre que promulgaba el Estatuto de la viña, del vino y de los alcoholes. Ahora nos puede parecer algo irracional, pero en aquella época las circunstancias, los conceptos y los objetivos eran diferentes a los actuales.

La vid es una planta muy resistente a la sequía y estaba plantada en terrenos escarpados, pedregosos, poco fértiles, en aquellas laderas donde no se podía plantar otra cosa, o bien y por qué no decirlo en el cachito de tierra mala que tenía el labrador. Además, España no tenía grandes infraestructuras de agua y las que había estaban dedicadas a otras necesidades más apremiantes, ni tampoco se disponía de los sistemas de riego tan precisos como los actuales.
El viñedo era considerado un cultivo de secano y en algunos casos hasta era un cultivo asociado, no síntomas de estrés o al menos un estrés constante y extremo como los que estamos empezando a padecer ahora.
También es verdad que el rendimiento por hectárea que se le exigía al viñedo era más bajo. Tampoco olvidemos que en aquellos años el clima era más regular, las temperaturas medias durante el ciclo de la vid eran más bajas y las precipitaciones donde estaba instalado el viñedo rondaban al menos los 400 mm anuales. Sin embargo, en el año 1996 con la Ley 8/96 de 15 de enero el riego se autorizó bajo unas circunstancias determinadas y con unas condiciones concretas para suministrar ciertos riegos en el viñedo.
La autorización definitiva del riego en el viñedo llegó con la Unión Europea, donde se dejó en manos de los Estados Miembros y de los Consejos Reguladores de las Denominaciones de Origen su regulación. Desde entonces, la superficie de viñedo en regadío ha ido aumentando paulatinamente, según datos del MAPA en el año 2008 la superficie de viñedo de regadío sobre el total era del 29,2 % y en 2024 fue del 40,8 %.

En la actualidad, las circunstancias son otras y el concepto de viñedo ha cambiado, de tal forma que para lograr los objetivos que nos marquemos en la producción de nuestras uvas, el riego es una herramienta fundamental. El objetivo de este artículo no es redactar un tratado sobre el riego en el viñedo, sino hacer pensar y reflexionar al viticultor sobre ello.
300 litros al año
Veo muchos riegos en viñedo que se copian, tanto en sus diseños como en su uso, y eso no es correcto por razones que iré desgranando a continuación. Regar es fácil, pero hacerlo bien es bastante más complicado. Si bien la vid necesita solo unos 300 litros al año para producir un kilogramo de materia seca, la clave no es tanto la cantidad como la distribución de esa agua a lo largo de su ciclo vegetativo. El agua para la vid es de vital importancia para que pueda desarrollar todos sus procesos biológicos, fotosíntesis, respiración, turgencia de sus tejidos, transporte de nutrientes, acumulación de reservas, etc.
Antes de instalar un sistema de riego en nuestro viñedo debemos tener en cuenta varios factores, algunos de los más importantes son: orografía del terreno, textura, permeabilidad y profundidad del suelo, datos climáticos, disposición de las cepas, marco de plantación, tipo de poda, tratamientos de suelo, variedad de uva, etc., y la disponibilidad y calidad del agua para el riego. Una vez analizado estos parámetros disponemos básicamente de tres tipos de riego para viñedo: goteo, goteo o exudación subterráneo y aspersión.
Cada uno de los sistemas tiene sus ventajas e inconvenientes que en función de nuestros factores anteriormente citados se deberá valorar, algo en lo que ahora no voy a entrar. Considero que el sistema de goteo aéreo es el que más ventajas tiene de los tres, y por ello es el más implantado en España, pero en según qué casos puede no ser el mejor.
En relación con el tipo de suelo
La absorción de los nutrientes tiene lugar principalmente por las raíces, y aquellos se encuentran en la solución acuosa del suelo; por ello, si el suelo llega a un punto donde la humedad es demasiado baja dichos nutrientes no podrán absorberse y la planta entrará en un estado de estrés que pudiera resultar irreversible, es lo que denominamos «punto de marchitez (PM)«.
Este punto de marchitez se evalúa como una medida de presión a la que denominamos potencial métrico, y se puede medir mediante tensiómetros en bares, cbar o sus equivalencias.
Por otro lado, tenemos dos conceptos más, la «capacidad de campo (CC)» que es el máximo volumen de agua que un suelo determinado puede almacenar, y el «agua útil o disponible» que es la cantidad de agua que se encuentra entre la CC y el PM. Tanto la CC como el PM varían en función de la textura y estructura del suelo, siendo diferentes en un suelo arenoso, limoso o arcilloso y en todas sus variantes.

Un suelo arcilloso siempre retendrá más volumen de agua y durante más tiempo que uno arenoso. Por tanto, lo primero que tenemos que conocer es nuestro suelo para saber la cantidad de agua máxima que puede retener, todo lo que aportemos de más se irá bien por escorrentía o bien por infiltración, con lo que estaremos gastando agua y energía innecesariamente. Estos son parámetros que con una analítica de suelo se pueden calcular.
Otro factor que debemos tener en cuenta y que está también relacionado con la textura del suelo es la frecuencia de los riegos, un suelo arenoso al retener mucha menos agua que uno arcilloso debe ser regado con más frecuencia, es decir, aportar la misma agua, pero con un número mayor de riegos.
Si pretendemos instalar el riego localizado gota a gota, conocer la textura del suelo vuelve a ser sumamente importante en el diseño de la instalación de los goteros, en suelos arenosos los goteros deberán estar menos espaciados y con caudales superiores que si se tratara de un suelo arcilloso, el motivo de esto es por la formación del bulbo húmedo creado, en el caso del suelo arenoso dicho bulbo es más alargado en profundidad y más estrecho en superficie, al contrario que un suelo arcilloso; conocer el tamaño del bulbo húmedo es importante ya que será la zona donde se desarrollen la mayoría de las raíces. Su tamaño básicamente dependerá del tipo de suelo, del caudal del emisor, de la cantidad de agua suministrada y de la duración del riego.
Otro factor extremadamente importante es la calidad del agua para el riego. Hay que hacer siempre una analítica del agua con especial hincapié en la conductividad, la cantidad de sodio y la relación entre ellos, lo que denominamos la relación de adsorción de sodio (RAS).
No menos importante son los elementos que pueden causar toxicidad como los cloruros o concentraciones excesivas de carbonatos que pueden crearnos precipitaciones en los goteros, filtros, etc. En el caso de disponer de agua con alta concentración de sales (hasta un límite) y si disponemos de un suelo permeable y que tenga buena permeabilidad, siempre podremos recurrir a fracciones de lavado que nos ayudaran a desalinizar la zona radicular.
En relación con el clima
Para el cálculo de la necesidad hídrica del viñedo precisamos conocer la evapotranspiración potencial (ETo) en los meses en que queremos regar. Para ese cálculo se puede utilizar uno de los métodos existentes como el de Blanney-Criddle. En muchas estaciones de avisos climáticas lo suelen tener calculado.

ETo = p (0,46 t + 8,13)
Donde:
p = Porcentaje diario medio de horas diurnas anuales.
Según la latitud
t = temperatura media mensual
Las necesidades de agua del viñedo se calculan mediante la siguiente expresión:
ETc = ETo x Kc
ETc = Evapotranspiración del cultivo
Kc = Coeficiente de cultivo (varía con el estado fenológico, como media 0,25-
0,30)
La evaporatranspiración del cultivo se corrige por la siguiente fórmula:
ETrc = ETc * Ki
Ki suele ser 1,1
Posteriormente calculamos las necesidades netas que considera la precipitación efectiva:
Nn = ETrc – Pe
Pe = Precipitación efectiva
Y ya por último como cada sistema de riego tiene su eficiencia las necesidades reales serían:
Nr = Nn/Ef
Ef = eficiencia del sistema de riego (90 % para el goteo)
Con esto tendríamos las necesidades totales de agua para el riego de nuestro
viñedo en m3/ha. A partir de aquí habría que hacer el cálculo por meses y
dotaciones de cada riego de acuerdo con los turnos de riegos de que pudiéramos disponer.
Aparte de lo anterior hay que tener en cuenta que, en nuestra zona, el máximo aporte de agua que permite la Confederación Hidrográfica del Duero para el riego es de 779 m3/ha. Por lo tanto, si nuestras necesidades anuales de riego son superiores a este valor, solo podremos aportar hasta los 779 m3/ha/año. Ahora bien, la precipitación es considerada aparte.
En relación con la vid
Las necesidades de agua de la vid no son uniformes a lo largo de su ciclo vegetativo. Hay diversos estudios al respecto en los cuales se detalla el porcentaje de agua que la planta consume en cada periodo respecto al total. Podríamos considerar a modo de ejemplo el estudio de Centeno 2005 en tempranillo y secano, que resumiendo es el siguiente:
Brotación | Floración 13,60% |
Floración | Envero 31,10% |
Envero | Vendimia 55,30% |
Lo importante de este estudio es que, independientemente del régimen hídrico, la vid cuando más agua demanda es en el periodo envero-vendimia, ahora bien, quizá queramos limitar la dotación de esa agua en aras de una calidad determinada.

El riego en cada periodo debe perseguir objetivos diferentes, si regamos en el periodo brotación-tamaño guisante influiremos en la regularidad de la brotación, en la fertilidad de las yemas para la campaña siguiente, en la longitud de los entrenudos, en el tamaño de las bayas, en la renovación de las raíces, en el desarrollo vegetativo de la planta en general, etc. Si lo hacemos en el periodo tamaño guisante-vendimia influiremos también en el tamaño de la baya, en los kilos, en la composición de la uva y por tanto de los mostos, en la senescencia de las hojas, etc. Y si regamos después de la vendimia favoreceremos el agostamiento y por tanto la acumulación de reservas hasta la caída de las hojas, y también la renovación de raíces.
Conclusiones
- Desterremos la idea de que el viñedo de secano produce siempre más calidad.
- Disponer de riego no quiere decir que tengas que usarlo.
- En los tiempos que corren, con el cambio climático, el riego es una herramienta importantísima y debiera contemplarse como una inversión inicial.
- Las analíticas de suelo y de agua son fundamentales para poder diseñar un buen sistema de riego y saber cómo y hasta cuánto regar.
- Disponer de una estación meteorológica propia en el mismo viñedo, y si no es posible, tomar datos climáticos de la estación pública más cercana, nos permitirá disponer de la ETo y de la precipitación efectiva, además de otros muchos parámetros climáticos. Con ello podremos saber cuándo y cuánto regar.
- Disponer de unos tensiómetros por tipos de suelo a dos profundidades diferentes, 20 y 60 cm. por ejemplo, nos permitiría conocer el estado hídrico de nuestro suelo y así poder saber cuándo comenzar y cuándo parar nuestro riego.
- Para economizar agua y aportar el agua justa a las necesidades de las plantas, en el diseño del riego debería tratarse de forma distinta los diferentes tipos de suelos y las diferentes orografías del terreno, no necesita la misma cantidad de agua una hondonada que un alto, además, en las pendientes el bulbo húmedo no es uniforme.
- No tenemos por qué copiar el riego del vecino, nuestra tierra, nuestro marco de plantación, etc. puede ser diferente, y por lo tanto las necesidades de riego también.
- El agua es un bien escaso y por ello los riegos deberían utilizarse con más precisión.
- Generalmente en riego por aspersión o inundación nos pasamos con el aporte de agua y en los riegos localizados nos solemos quedar cortos.
- El riego bien manejado en el viñedo aporta regularidad en las cosechas, calidad en las uvas y rentabilidad.