El mundo se encuentra a la espera de cuáles serán los primeros movimientos de Donald Trump, que ganó las elecciones del 5 de noviembre y que tomará posesión el 20 de enero. Lo previsible es que el nuevo presidente modifique la política de aranceles de EEUU, lo que tendrá efectos alcistas o bajistas en función de dónde sitúe su diana.
También habrá que seguir a partir de ahora la evolución de la guerra en Ucrania si, como se afirma, la nueva presidencia de EEUU resulta determinante para un acuerdo que ponga fin al conflicto. Las consecuencias podrán notarse en múltiples ámbitos, pero especialmente en el mercado de cereales y oleaginosas si ambos contendientes vuelven a operar con normalidad en el mercado global.
Los grandes fondos de inversión estaban muy pendientes del resultado de las elecciones. Una de las primeras reacciones se ha visto en un fortalecimiento del dólar frente al euro, lo que nos sitúa en un escenario de importaciones procedentes de EEUU más caras, lo que también es de aplicación a todas ‘commodities’ que se comercialicen en dólares. Sin embargo, en el momento de realizar este análisis ello no se había traducido en un mayor vigor de los mercados europeos.
Más bien, los últimos movimientos internacionales han obedecido al ‘weather market’, como se denomina a la influencia de las previsiones meteorológicas sobre la evolución de los mercados: han bajado los futuros de producciones como el trigo, el maíz o la soja en cuanto se han anunciado lluvias en las llanuras norteamericanas afectadas por la sequía.
Ahora mismo se habla de una soja situada en torno a los 370 euros por tonelada para todo el año 2025, un precio muy competitivo que deja fuera del mercado a otros cultivos proteicos, como el guisante.
Nos acercamos al final del año, pero hasta la fecha no se percibe que la oferta esté saliendo al mercado a liquidar el ejercicio. Los precios van bajando por influencia de los movimientos internacionales, sí, pero en el mercado interior aún no se han visto los movimientos que acabarán por producirse: hay mucho grano que terminará por salir y la previsión que cabe hacer, en consecuencia, es bajista a corto y medio plazo.
Está por ver cómo será ese desplazamiento a la baja, puesto que muchos agricultores se resistirán a vender, provocando mayor retención en el mercado.
Los meses de enero y febrero son tradicionalmente de bajo consumo, lo que sumado a un incremento de la oferta de grano puede llevar a un escenario preocupante, sobre todo para el productor.
Estamos por tanto ante un recordatorio de que merece la pena vender la producción gradualmente a lo largo del año, de modo que se obtenga un buen precio medio. De este modo, de haberse ido liquidando las existencias, ahora el sector productor no tendría sobre sí una amenaza bajista tan relevante.
No debemos perder de vista, además, el retraso en la cosecha española de maíz, que ha comenzado con más de un mes de retraso y cuyo grano se sumará a todo ese cereal de invierno que sigue en los almacenes y que, como decimos, en principio saldrá al mercado en las próximas semanas. Es fácil que se produzca un efecto embudo y que ese colapso presione los precios aún más a la baja.
Por último, este año ha habido una buena superficie de girasol y los rendimientos han acompañado, y sin embargo el mercado del aceite ha registrado subidas en las cotizaciones debido a una mala cosecha en Ucrania y Rumanía.
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Fotografía: Gage Skidmore