Tomás Jurío
Cuando hablamos de sanidad en el viñedo lo primero que tenemos que preguntarnos es de qué estamos hablando. La respuesta parece sencilla, pero sinceramente creo que no lo es. Estamos acostumbrados a hablar de uva sana, esa uva que prácticamente si no se detecta a la vista oidio (uncinula necátor) o podredumbre (botrytis cinerea) ya es una uva sana, pero ¿qué pasa con los compuestos gustativos y olfativos de esa uva? ¿Y con la homogenización en la maduración de la uva en la misma cepa? ¿Y esas bayas deshidratadas? ¿Y qué pasa con la planta? Etc.

Una planta que no esté sana no podrá darnos una uva sana, o lo que es lo mismo, de una planta enferma no obtendremos uvas sanas. Para que una uva sea de calidad la primera premisa es que la baya esté sana, en el más amplio sentido de la palabra.
Según la RAE “sanidad” es la cualidad de estar sano, y “sano” es gozar de perfecta salud. En las plantas como en las personas el concepto es el mismo. Además, la vid puede permanecer viva el mismo tiempo que una persona e incluso más.
Salvo enfermedades de índole genético o provocadas por alguna razón extraordinaria, la salud en las personas se consigue llevando desde el nacimiento una vida equilibrada y sin estrés, los excesos que se cometen en la niñez o en la juventud acaban por menoscabar la salud, sobre todo cuando se es mayor. Pues bien, la vid como un ser vivo que es y además longevo, le pasa exactamente lo mismo.
Por tanto, el concepto de la sanidad en un viñedo es un término muy amplio y bastante difícil de evaluar. Las enfermedades del viñedo, desde un punto de vista temporal, me gustaría clasificarlas en dos tipos, las enfermedades permanentes, es decir, aquellas que se instalan en la planta y conviven con ella año tras año, y las enfermedades estacionales o cíclicas, que serían aquellas que en función de la climatología y la cantidad de inóculo existente en el ambiente infectan a la planta cada año.
Ambos tipos van a afectar al buen funcionamiento fisiológico de la planta y por tanto a la calidad de la uva y posteriormente del vino, pero las permanentes van a comprometer mucho más la longevidad del viñedo, además de que son más difícilmente curables o incluso incurables.
Respecto a las permanentes, hay que tener en cuenta que la sanidad de la vid y por tanto de un viñedo comienza en el vivero. Daremos por hecho que la planta, desde el punto de vista genético, nos llegará del vivero según lo que hemos demandado, pero debemos ser conscientes de que las plantas pueden llegar contaminadas con algún virus o con algún hongo.
Entre los virus más importantes está el del Entrenudo Corto Infeccioso (Grapevine Fan Leaf Virus) que debilitará nuestra planta una vez se desarrolle y afectará a la producción de uva, madurez y composición de la uva mermando la calidad de los vinos.
Entre los hongos podremos encontrar el Pie negro (Cylindrocarpon y algún otro género) que afectará a nuestra raíces y base del portainjerto; como consecuencia de este hongo, las plantas infectadas presentarán una reducción en su desarrollo y un menor vigor, una ausencia o retraso de la brotación, clorosis, marchitez, y un decaimiento general que podría acabar con la muerte de la planta.
Otro hongo que puede provenir del vivero es el de la enfermedad de Petri (Phaeoacremonium y algún otro género) cuyas consecuencias son parecidas al anteriormente descrito. También existen otros hongos, llamados de madera, que provocan yesca y eutypa que es más improbable que vengan de vivero, pero que la planta puede verse contaminada posteriormente si no se toman buenas medidas profilácticas.
Por ello es muy importante que la planta esté libre de virus, certificada mediante el pasaporte sanitario, y que el vivero nos garantice de algún modo que también está libre de hongos.
Podríamos incluir también como enfermedades permanentes la flavescencia dorada y la excoriosis (Phomopsis vitícola). La flavescencia dorada no es muy conocida por el viticultor porque todavía no está extendida de forma generalizada por España, se han detectado focos en Cataluña y Galicia; el causante es un fitoplasma que se puede propagar por multiplicación del material vegetal (viveros) o bien un insecto vector Scaphoideus titanus, sobre el cual habría que realizar tratamientos fitosanitarios en caso de detectarse su presencia.
Una vez que la planta se infecta ya no tiene curación, se bloquean los vasos liberianos, la cepa se debilita, baja el rendimiento y en muy pocos años la planta puede morir. En cuanto a la excoriosis, es muy fácil que las plantas se infecten en campo sobre todo si hay humedad; nos debilita las inserciones de los pulgares que con el viento es muy fácil que se rompan y perdamos producción y madera de poda, también debilita a la planta y la calidad de la uva disminuye.
Podríamos incluirla también como enfermedad estacional. El tratamiento se realiza mediante fitosanitarios en estados fenológicos tempranos, y quemando los restos de poda.
Existen procedimientos para luchar contra estos hongos en vivero, como son la termoterapia con agua caliente, métodos químicos o biológicos como la utilización de micorrizas e incluso el uso de otros hongos como las Trichodermas. Una vez tengamos la planta en nuestro campo deberemos asegurarnos de que nuestro suelo también sea un suelo sano, controlando que no tenga nematodos ni esporas de otros hongos si anteriormente ha existido viñedo.
También en nuestra plantación podremos utilizar ciertos compost, micorrizas o incluso Trichoderma que reforzará la sanidad de nuestras plantas desde el inicio en lo relativo a los hongos. Una vez hayamos plantado nuestro viñedo habiendo controlado lo anteriormente descrito, habremos puesto la primera piedra para poder conseguir un viñedo sano.
El siguiente paso, y no menos importante que el anterior, para que nuestras vides crezcan sanas es la poda. Primero la poda de formación que es el cimiento de nuestro viñedo, preocupémonos de que la planta enraíce bien y no tengamos prisa en subir al alambre (si disponemos de él), y segundo y muy importante mantengamos desde ese primer año de poda el flujo de la savia. Cuando vayamos a subir al alambre hagámoslo de una sola vez con un único sarmiento y que sea uniforme.
Cuando tengamos la formación de la planta terminada deberemos podar también respetando los flujos de savia, en la medida de lo posible no realizar cortes en madera de más de dos años para no crear grandes secciones de corte, efectuar cortes limpios y dejar siempre en el corte un tocón que como mínimo tenga la misma longitud que el diámetro que cortamos.
Es lo que actualmente se llama poda de respeto, que ni más ni menos era como podaban nuestros antepasados y por ello actualmente podemos disfrutar de esos viñedos formados en vaso.
Mantener el flujo de savia es vital para que los nutrientes y el agua lleguen, por un lado, con un menor consumo de energía por parte de la planta, y por otro para que puedan llegar a todas las partes vegetativas. El tamaño y corte limpio de la sección del pulgar es importante porque a mayor superficie y más rugosa sea, hay más probabilidad de que se depositen esporas de hongos principalmente de madera.
El objetivo de dejar un tocón es evitar que el cono de desecación que penetra hacia el interior y necrosa la madera, no llegue y por tanto no interrumpa el sistema vascular que alimentará el pulgar dejado. Los hongos de madera tales como la yesca (conglomerado de muchos géneros) y eutipa (eutypa lata) siempre van a penetrar en la planta por los cortes y heridas efectuados en la madera y también por las raíces, de ahí la importancia de minimizar dichos cortes y de mantener el suelo sano.
Las esporas son transportadas por el viento y la lluvia, de ahí la importancia de podar en tiempo seco y tranquilo, es recomendable recubrir los cortes con algún mastic protector o incluso rociarlos con algún fitosanitario existente en el mercado, todo ello realizado lo más rápidamente posible una vez efectuado el corte. Otras medidas a tomar es la desinfección de las herramientas de poda, que también pueden transmitir la enfermedad.
Una vez que estos hongos han penetrado en el sistema vascular de la planta, es incurable, las cepas van perdiendo vigor, las hojas se necrosan, la uva no llega a madurar y con el tiempo (años) la vid acaba muriendo, salvo si la enfermedad se expresa en su forma apopléjica donde la planta muere de forma súbita en verano.
Si se detectara plantas enfermas por estos hongos de madera, lo que habrá que hacer será marcar esas cepas para podarlas las últimas o bien rebajar hasta encontrar madera sana, aunque lo más conveniente es arrancarlas y quemarlas, al igual que los restos de poda.
Sobre la yesca hay que destacar que los síntomas son erráticos, es decir, un año pueden presentar síntomas externos y otros no, lo cual complica aún más el marcaje de las cepas enfermas y por tanto el control de la enfermedad.
Hasta aquí lo más representativo de las enfermedades principales que he denominado permanentes. Como se ha visto, en estas enfermedades las medidas para mantener nuestras plantas sanas son prácticamente de prevención, control y buenas prácticas, porque una vez se infecten las plantas las medidas son quirúrgicas, es decir, cortar madera dañada hasta encontrar la sana o eliminar las plantas enteras infectadas. Son enfermedades que además de afectar a la calidad de la uva, merman la producción en buena medida y acortan la vida de nuestro viñedo.







